Anoche me acosté a dormir, a
descansar, como se hace cuando concluye el día, y al despertar habían pasado
veinte años. No sé a dónde habrán ido a parar todos esos días que caben entre
la noche de ayer y la tarde de hoy. Ayer iba al colegio en la mañana, inglés,
deportes y tareas por las tardes. Hoy,
mis tardes y mañanas y a veces las noches, se escurren como el agua que agarramos con las
manos, en faenas laborales, en el batir del cobre. Ayer, era simple la vida, y
hoy, de alguna manera, que aún no sé cómo pasó, los nudos se fueron apretando
hasta soldarse. Como diría un amigo,
“Extraño la simplicidad de la vida”.
Ayer estaba por entrar a mis veintes,
y hoy a los cuarenta. Aunque pueda llegar a pensar que sean sensuales mis
canas, el punto es que ahora están y ayer no estaban. Ahora, a mitad de mi vida,
ya me di cuenta de que nuestros abuelos
han muerto. Aquellos que nos quedan, que mueren hoy, no los lloramos con tantas
fuerzas como los que llorábamos cuando éramos niños, cuando al otro día del
entierro nuestros amiguitos nos preguntaban por qué no habíamos ido a clases el
jueves, a quienes tristes todavía, respondíamos.
Ayer
nos regaló muchas cosas, nos formó, nos preparó, nos unió a personas de las
cuales jamás nos iríamos a separar, pues se trenzarían a nosotros y a nuestros
destinos como hebras de cabuya. También nos prestó otras para disfrutarlas
durante un tiempo y luego guardar sus lazos en el cofre de cedro de memorias y
recuerdos, que huele tan bien cuando abrimos. Algunos eran amigos verdaderos,
leales, genuinos y sinceros. Pero eran de temporadas. Por más que quisimos
eternizar nuestros vínculos, así como Ayer
nos los entregó, también se los llevó. Ayer nos dio amores de verano que no
superaron el otoño, y amores que han vivido junto a nosotros mil inviernos y
doce primaveras.
Ayer nos sirvió en bandeja de
plata oportunidades que dejamos pasar. Ayer también nos permitió vivir circunstancias
donde se darían las coyunturas de lugar para crear nuevas oportunidades. Ayer
nos dio momentos agrios y temporadas dulces, momentos de gloria y reveses
innombrables, nos colocó en las manos las herramientas necesarias para forjar
nuestro carácter, para templar nuestro acero. Ayer nos llenó de fe. Ayer nos
entregó materia prima, energía almacenada, que luego se convertirían, en lo que
somos hoy.
Ayer
estaba lleno de lo que podríamos ser, Hoy de lo que somos. Ayer estaba lleno de
potencial, Hoy de la energía que está
fluyendo, del fuego que quema nuestras entrañas, de las pasiones que hacen
hervir nuestras sangres. Ayer tenía
muchas cosas buenas, excepto, que Ayer no es Hoy. Este es nuestro momento
para trascender, para influenciar, para servir, para hacer una diferencia, para dejar una
huella, para sembrar el árbol que mañana
dará sombra. Es hoy, cuando tenemos las fuerzas, el carácter forjado y la
experiencia, que podemos trazar los caminos que mañana habrán de ser transitados,
caminos mejores que los que anduvimos ayer.
Es hoy,
que podemos levantar las bases de un mañana mejor, remover las piedras para los
que vienen detrás. Ayer nos vestimos de soldados, pero es hoy cuando salimos a
la guerra. Es ahora y no mañana, pues lo que nos toque hacer hoy, y dejemos
para mañana, puede que no lo hagamos nunca, porque mañana nos toca morir y a
nuestros hijos tomar la antorcha. Ya nuestros abuelos hicieron su parte y
abrieron luego espacio en este mundo a nuestros padres, y nuestros padres ya
empezaron a morir, y no a destiempo.
Es
tiempo de que analicemos si vamos caminando bien o hemos perdido nuestro rumbo.
Hoy nos toca a nosotros preparar
nuestro legado. Hoy nos toca dejar un mejor
entorno a nuestro paso, no estropearlo, mientras preparamos a los que vienen
detrás para su Hoy, que es Mañana.
Cuando me toque morir, Mañana, quiero dejar un mejor país que el que hallé
cuando nací, quiero estar orgulloso de Hoy.